terça-feira, 13 de setembro de 2011

48 (2)- GAL


GAL
GAL 

Al día siguiente reanudaron la marcha, prestándole a Orfeo uno de los caballos que les habían ganado a los bandidos. Dejada atrás la aldea de media montaña donde habían hecho noche, el sendero seguía bajando, en larga e inclinada pendiente, hacia unos valles verdes y bien regados, atendidos por agricultores de aspecto campechano, que ya se veían como una gente claramente diferente de la que el bardo tratara en la árida llanura mesetaria.
Turos seguía siendo uno de los Brigmil que se mostraran comunicativos con él, aunque siempre en voz baja.  Pelirrojo, bien parecido, simpático y despierto, le señaló unas altas montañas en el horizonte occidental y le dijo en lengua franca, para su alegría, que después de ascenderlas llegaría por fin al húmedo país de las tribus Gal, donde el mundo terminaba.
Gal, un nombre bárbaro que se parecía a Gala, leche, en griego, o a Galaxia... Orfeo recordó que  los Caucasianos del Sur habían dado el nombre de Galacia a la región central de la Anatolia, que poblaron. También se comentó una vez en la corte de Tracia que los Caucassianos del Norte habían colonizado en los Cárpatos, al norte de los Balcanes, otras tierras con el nombre de Galitzia, y le pareció que  aquel Gal tendría algo que ver con el nombre  de la diosa Gea o Gaia, la Gran Madre planetaria, primigenia y nutricia de los Mil Nombres, la misma que imperaba sobre Tracia y sobre la antigua talasocracia cretense y pelasga de Minos, con el nombre de Pontia o Rea y sobre todas las tierras e islas del Egeo, antes de la llegada de los patriarcales dioses olímpicos con los firmes griegos conquistadores. Recordaba también que el bardo Jacín había mencionado a una Gal que se emparejó con uno de los atlantes supervivientes llegados a Iberia, abuelos de Pyrene.
-¿Es Gal el nombre de vuestra diosa? -preguntó el bardo a Turos cuando “El Que Dice la Palabra” ordenó un alto en el camino.
Turos lo miró extrañado, como quien hubiese escuchado una impertinencia.
-Bien se ve que eres extranjero... Los nombres de nuestros dioses más íntimos, o los familiares, o los de clan, son un secreto, hombre, así como ese nombre por el que tú te designas a ti mismo cuando te comunicas con la divinidad dentro de ti... Secreto. tabú total. No se deben decir a nadie, ni hacer representaciones de ellos, porque si alguien los conociera podría tener poder mágico sobre nosotros.
Orfeo se disculpó inmediatamente por su ignorancia. Turos rió y quiso ser amable:
-Te puedo decir, sí, los nombres de nuestros dioses generales, esos que todo el mundo conoce: se llaman Banda, Cosus, Navia, Reua, Luh... De todas maneras, esto no quiere decir casi nada, son nombres que sirven para diferenciar lo que hace cada uno, no para comunicarse con ellos.
-¿Y Gal es lo mismo? – osó Orfeo preguntar de nuevo.
 -Gal, Kal... Kali, Cail, Gali, Gael, Gaedil, Goia, Goidel... – cantó Turos, maliciosamente-... pues podría ser que sí o podría ser que no...

A Orfeo le pareció curioso: “Kal” o“Kali”, “Hermosa” en griego, era como su padre, el rey Eagro, llamaba cariñosamente a su madre, la musa Kalíope, en la intimidad del hogar. Él había contado una vez que, cuando el dios Dionisio estaba recorriendo la India, conquistada tiempo atrás por los primeros Arianos que salieron del Asia Central, se encontró con que los morenos nativos veneraban allí a una diosa negra de la creatividad, del nacimiento y del crecimiento, de la transformación y de la necesaria destrucción  para crear de nuevo, es decir, una especie de Perséfone, que se llamaba así mismo: Kali.
-¿Tal vez sea el nombre general de una Diosa Madre de vuestros remotos antepasados? ¿O un nombre de linaje? -aventuró discretamente el bardo.
-... Pues podría ser eso -respondió Turos sonriendo sin comprometerse demasiado-... A lo mejor viene de alguna remota ascendencia cuya historia casi no se recuerda.     
-¿Una ascendencia? ¿Entonces no será el nombre de un tatarabuelo?
-Imposible -rió Turos otra vez-. En todo caso sería una tatarabuela... entre nosotros  la sucesión es matrilineal, llevamos el nombre de nuestra madre. Los hijos salen del cuerpo de su madre, eso está claro, pero nunca está igual de claro quien es el padre ¿No te parece? Los hijos son siempre de la madre y sus apellidos son los de ella, igual que la tierra cultivada es siempre de las mujeres, que son quienes la cultivan.Y la heredan sus hijas.
-¿Y no hay hombres propietarios de tierras entre los Hijos de Gal? –Orfeo quería asegurarse de si se hallaba de nuevo dentro de una cultura matriarcal.
-¡Por supuesto que no! -dijo Aito, el líder, que se había acercado a la conversación y que estaba extrañado por oír una pregunta como aquella - ¿Para qué las querrían?
-Para cultivarlas...
-¿Para cultivarlas? ¿para eso se necesita propiedad? ¡Cultivar es algo que sólo hacemos para ayudar a la estabilidad de las mujeres y sus niños en las tierras de ellas, bardo! Fuera de algunas labores más duras, en las que se precisa la ayuda de la fuerza masculina, el hombre caza o guerrea; el mundo exterior, en su ancha extensión, es el mundo del hombre y siempre lo será, mientras tenga valor para defender su derecho a circular libremente por él y disfrutarlo y mientras respete los limitados espacios acotados por las mujeres para atender a sus propias necesidades...                
-Pero... ¿Y las necesidades de los hombres?
-El hombre es águila, aire y fuego, siempre está volando... es sólo la mujer, que es tortuga, tierra y agua, quien necesita las tierras para cultivar o para criar a sus hijos en un hogar estable y cómodo. Y a ellas les encanta recibir en sus dominios, de vez en cuando, a los varones que les traen caza, o despojos de guerra; y gozan con ellos los placeres naturales del sexo y les hacen gozar también de las comodidades del ambiente femenino, siempre que no tengan la indelicadeza de interferir en los asuntos de ellas o de apoltronarse en los placeres del hogar femenino hasta perder su hombría.
-¿Y cuando la pierde por causa de la vejez? -preguntó incisivamente el bardo.
-Si no tuvo la dignidad, antes de quedar inútil, de regresar por sí mismo a la fuente de todo renacimiento por el portal de la muerte -respondió Aito-, siempre puede esperar la gratitud o la compasión de aquellas personas con las que fue generoso mientras estaba en plenitud de fuerzas. Pero, para mí, escoger seguir viviendo en esas tristes condiciones es tanto una estupidez, como una inoportunidad, como una cobardía.
-¿Y quien establece esas costumbres o leyes, quien manda, quien toma las decisiones generales que afectan a toda la tribu?
-Lógicamente, las más directamente interesadas, las propietarias de tierras cultivadas, las madres de familia y de linaje... –respondió el guerrero- Las mujeres son quienes gobiernan las tribus por medio de un Consejo de Ancianas, también es el Consejo quien nombra o destituye a los jefes de guerra temporales... Y la única forma que tiene un jefe de guerra de convertirse en jefe de una tribu (y no por mucho tiempo), es ganándose el favor de la Madre jefa o reina de la tribu, de la madre de ella, por supuesto, y del Consejo, aunque puede ser reemplazado por otro en cuanto a ella o a ellas se les antoje retirarle su favor.
-¿Y qué piensan los hombres de vuestra nación de esa situación? -preguntó Orfeo, pensado en su propio país, Tracia, donde el matriarcado aún imperaba.
-Pues hay tres tipos de opinión, como siempre –respondió Turos esta vez-: la de los que se adaptaron muy bien a ella, que son la mayoría de los hombres comunes, y que también disfrutan de sus ventajas; la de los que no se adaptaron, que son casi todos los hombres que ves a tu alrededor en esta Fraternidad, porque tenemos objetivos diferentes que los de la gente común, y preferimos vivir a nuestro aire, pero bien firmes en nuestra disciplina propia, célibes, nomadeando como nuestros abuelos, haciendo de guardianes y vigilantes del Camino de las Estrellas  y de las fronteras, sin crearnos falsas necesidades, para que ninguna mujer ni Consejo de Ancianas nos domine, aunque sirviendo con gusto a todos los Consejos de los Gal  en cuanto nos parece nuestra función y podemos... Y hay, también, la postura intermedia, otras hermandades de guerreros, por ejemplo, que viven dentro de una tribu específica, acatando el mando de su Consejo de Ancianas, pero que se las arreglan para pasar mucho tiempo guerreando o cazando en la periferia de la tribu y en esos momentos se sienten tan libres como nosotros.
-Claro que los que se adaptaron y viven más tiempo con ellas y más cerca, pastoreando el ganado, arando la tierra y dejándose mandar, pueden pedir sus favores a las mujeres de su tribu cada vez que les apetece... -dijo con una sonrisa otro de los hombres-lobo que estaba cerca.
-¡Bah! -respondió Aito, “El Que Dice la Palabra”-,  está claro que igual o mejor intentan concedérnoslos a nosotros cuando vamos a visitar una comunidad... las mujeres aman la novedad, les encantan los forasteros. Pero nosotros andamos de tribu en tribu, sin detenernos demasiado tiempo en ninguna de ellas, y por regla de nuestra Fraternidad  nos mantenemos castos y austeros y no les damos ocasión de que nos conviertan en sus criados a cambio de un poco de comida y sexo, ni tampoco nos quedamos hasta que se aburren de nosotros... así siempre somos bien recibidos cuando regresamos.
Orfeo tomó nota de aquella curiosa y tan dura regla diferenciante de los Brigmil y pensó que a Aito no le faltaba razón en lo que decía… cuando, durante el viaje hacia la Cólquide, los argonautas pasaron por delante del país de las Amazonas Turanias, alguien comentó que tenían trabajando como esclavos para ellas a una buena cantidad de hombres que habían hecho prisioneros en las guerras, pero que, pasada la novedad, ya no gozaban más de acostarse con ellos, los despreciaban, los acababan castrando, para que sólo pensaran en el trabajo y no en rebelarse; y preferían buscar sus amantes fuera de la tribu, cruzándose más, precisamente, con los guerreros de la tribu vecina que más bravamente había resistido a sus intentos de dominación. Si nacían niñas de aquellos cruces, se las quedaban y las criaban como nuevas amazonas, pero si nacían niños se los devolvían a sus vecinos.
-¿Y que les parecería a los compañeros habituales de las mujeres Gal, los que viven en su comunidad, si se tomasen libertades con otros hombres ? –se aventuró a querer profundizar el tracio.
-Bueno... si a alguno le desagrada eso, siempre puede provocar a su rival y desafiarlo; y cualquier íbero tiene por norma de honor no echarse atrás ante ningún desafío razonable. La mayoría de las peleas entre hombres son por esa causa... y hay muchas tribus galaicas en las que si un forastero desea cortejar a una mujer joven, antes tiene que batirse con todos los campeones de su edad de la tribu... pero de ningún modo los compañeros más cercanos pueden vengar sus celos haciendo violencia contra la mujer.
-Entre la gente común, la mujer es libre para elegir a sus amantes –remató la explicación Turos con una sonrisa-, ya que es ella la que va a criar y mantener con el mismo amor a los hijos que tenga con ellos, sin hacer discriminación por causa de quien sea el padre. La libertad de elección de la mujer es algo que, en realidad, conviene a todos los varones.
-Claro, -dijo Aito sonriendo-. Hoy le tocó a éste la más linda y placentera, pero mañana le puede tocar la misma al otro. Y como es ella la que escoge, no tienen por qué pelearse.
-En mi país, por influencia de los griegos, está empezando a ponerse de moda el matrimonio... -apuntó Orfeo.
-¿Y qué es eso del matrimonio? –preguntó Turos.
-Pues es lo contrario de lo que acabáis de contar: si yo tuve la suerte de que hoy me escogiera la chica más linda y placentera de una tribu, que además es propietaria de una buena porción de tierras en una comunidad, en las cuales trabajan sus hijas e hijos, y yo me canso de andar por el mundo y me apetece quedarme a disfrutar de todo eso para siempre, sin que haya el peligro de que pasado mañana aparezcas tú y la chica linda te llame a ti y me diga a mí que siga mi camino... entonces lo que yo hago es un pacto formal con esa mujer para que se acueste y comparta sus bienes tan sólo conmigo y no con otros varones... Eso es lo que significa matrimonio y dura toda la vida de los que lo pactaron.
Todos los Brigmil que había cerca y que conocían la lengua franca soltaron una gran carcajada al unísono, como si hubiesen escuchado la cosa más graciosa, divertida y absurda.
-Eso sería antinatural -dijo Turos cuando se le pasó el ataque de hilaridad-. ¿Qué mujer querría aceptar un pacto como ese?... y aunque aceptara renunciar de tal manera a su poder, sólo duraría hasta que tuviesen el primer desacuerdo.
-O hasta que apareciese por las cercanías algún otro hombre más lindo o más joven -dijo otro de los Brigmil.
-O más simpático -rieron otros-. O más complaciente.
-Pues los griegos aqueos, vecinos de mi país, lo están imponiendo a los pueblos que conquistan -insistió Orfeo-. Llegan, matan a los hombres vencidos, se apoderan de las tierras, esclavizan a las mujeres y a los niños capturados, imponen sus propios consejos de varones ancianos (aunque el poder real es el del jefe de los conquistadores), imponen la sucesión patrilineal, hacen que sólo los hijos que ellos mismos reconozcan lleven los apellidos del padre y tengan derecho a heredar sus reinos, sus bienes y tierras... y castigan con la muerte a sus esposas cuando se entregan a otro hombre. Y al otro hombre también, si lo agarran.
-No creo que las mujeres vayan a renunciar jamás a su libertad de elección sentimental y sexual por mucho que las encierren, vigilen o castiguen; ni siquiera con la muerte –dijo otro-... o no serían mujeres.
-Los aqueos tienen una ventaja –siguió el tracio-, como sus sangrientas conquistas producen un gran excedente de mujeres que se quedan sin hombres, se aprovechan de tanta abundancia, aunque ya tengan una esposa oficial. El propio dios Zeus, que es su divinidad más importante, está siempre engañando a su esposa Hera, que es el papel que los griegos le han dado a la Gran Madre en su reforma religiosa. La monogamia para toda la vida, en realidad, sólo afecta a la mujer. Un propietario guerrero aqueo, aunque ya sea viejo, puede estar siempre gozando de mujeres jóvenes entre las que su espada de hierro esclaviza, o las que su encanto, su oro o su poder seducen... siempre que no se entere su mujer.
-¿Y si se entera? –preguntó Turos.
-En ese caso el Consejo de Ancianos le da permiso a la esposa que reclama y presenta pruebas de la infidelidad para divorciarse, es decir, para romper su pacto matrimonial y para volver a casa de su padre con los hijos menores de edad y con una indemnización que el marido ha de pagarle.
-¿Y ella no puede matar a su marido infiel, como él puede con ella?
-No, eso es considerado un delito capital por el Consejo de Ancianos, que son todos hombres, claro; y la mujer lo pagaría con la muerte.
-Es una ignominia esa desigualdad– dijo uno-. Por lo que cuentas, se ve como una sociedad degenerada, abusiva y perversa.
-¿Y a ti te parece bien ese tipo de relación entre hombre y mujer, bardo? -preguntó Aito mirándolo desde lo alto, como mira un halcón a la presa. 
- En mi país, la mayoría de la gente sigue las antiguas costumbres, que son bastante parecidas a las de aquí … - dijo Orfeo prudentemente, sin querer decir que era casado a aquel terrible matahombres, -...En Tracia sólo recientemente está llegando la institución del matrimonio a las clases superiores, las que son propietarias de muchas tierras... para los aqueos es un medio de aliarse entre sí, de asegurar su vejez y la riqueza de sus hijos... 
-¡Pero qué bien que se lo montaron esos aqueos!- bromeó un Brigmil fortachón y campechano, riendo espontáneamente .
-Ese tipo de humor tan común, hermano, no es muy digno del guerrero libre que sabemos que eres -afirmó Aito, tajante como un cuchillo, en voz muy baja, pero mirándole fijamente a los ojos, con lo que le hizo perder la sonrisa. Luego se dirigió a todos-: Todo lo que contó aquí este viajero de esos bárbaros aqueos es vicioso, perverso. degradante  y antinatural. Jamás será aceptado ese tal de matrimonio en el país de los Gal. Y menos entre los Brigmil, que no nos atamos a ninguna de esas ilusiones esclavizantes o esclavizadoras, que no nos dejarían jamás alzar vuelo jamás. Quien esclaviza para gozar y poseer es esclavizado por el ansia de defender y mantener sus deseos y sus supuestas propiedades y ni siquiera puede contar con la ayuda de las divinidades en esa egoísta e insostenible defensa. Por la Diosa Banda, compañeros, yo pido que todos volvamos a nuestro silencio atento, y que ni dejemos que contaminen nuestro pensamiento unas costumbres tan groseras, injustas y bárbaras que ofenden el honor del Femenino Divino que nos inspira y nos sostiene. ¿Alguien no está de acuerdo?
Nadie contestó al requerimiento de “El que Dice la Palabra” y no se volvió a abordar el asunto.

Sin embargo, al cabo de un rato, cuando ya se había reanudado la marcha, Orfeo siguió hablando con Turos sobre el linaje de los Gal en voz baja. Turos le hizo entender que  no es que estuviese prohibido conversar entre ellos, sino que formaba parte del estilo de su Fraternidad –y tal vez de sus artes mágicas, pensó el Tracio- reservar el poder creador del verbo sólo para sus cantos y oraciones colectivas o… como ahora, para intercambiar instrucción de interés o informaciones  aclaratorias con un viajero. Pero se  utilizaba la voz, en la vida práctica cotidiana,  apenas para lo estrictamente necesario y se consideraban impropias de los Brigmil las conversas banales.
-Nos hemos encontrado por el Camino de las Estrellas a otras personas procedentes de países muy diferentes, pero que también se llamaban Gal a sí mismos, o algo parecido... –contaba el guerrero- Y había algo de común, según nos contaron, en todos estos pueblos: la mayor parte de ellos dejaron sus tierras originarias, que estaban en las estepas del Asia profunda, muy, muy lejos, y emprendieron un día un largo viaje, igual que hizo la generación de nuestros abuelos, con todas sus familias y ganados, en busca de los extremos occidentales del mundo, para poder estar cerca, a la hora de la muerte, de las Islas de los Bienaventurados, que se encuentran en el Océano, más allá de donde muere el sol.
-Así que vosotros también aspiráis a llegar al Fin del Mundo, igual que yo -ironizó Orfeo-... Cuando andaba por la Pelasgia, me parecía que era el único que tenía ese tipo de locura... ¿Y qué clase de  islas son esas de los Bienaventurados?
            -Las Tierras de la Eterna Juventud, el paraíso donde crecen las manzanas de oro que dan la inmortalidad –respondió Turos sin vacilar-. Precisamente nosotros nos dirigimos a la sede principal de la tribu de los Brigantes, que queda algo más al norte del lugar donde acaban el Camino los peregrinos–explicó Turos-. Los brigantes están preparando una expedición de búsqueda de una de esas islas, en la que queremos participar.
No pudo decir más, porque Aito lo llamó para que relevara, junto con otro jinete, a los exploradores de la vanguardia. Orfeo se quedó pensando como cada pueblo inventa sus propios mitos con metáforas comunes a toda la Humanidad, y luego se pasa toda su historia tratando de encontrarlos, hechos realidad, sobre la piel del mundo.

El bardo y sus acompañantes pasaron casi todo el día siguiente ascendiendo por una interminable pendiente al macizo galaico, que se veía allá arriba, cubierto de nubarrones. No pasaban más de tres horas sin que los Brigmil  hiciesen un reverente coro para rezar, mantralizando o cantando en sus dos lenguas, de las cuales, la que se usaba para los mantras – y jamás para conversar- era la más sagrada y misteriosa. Nunca Orfeo había encontrado semejante piedad compartida por un grupo de guerreros. Comparados con su concentrada disciplina devocional y la perfección con que hacían todo, hasta el recuerdo de sus antiguos compañeros de la Escuela del Centauro Quirón, en el Monte Pelión le parecía tan sólo el de un bando de jactanciosos y egocéntricos adolescentes, demasiado  acostumbrados a la admiración absolutamente ciega y complaciente de su madre y a tener siervos que todo lo hiciesen por ellos.
A media montaña todo se puso oscuro y empezó a llover tanto que tuvieron que buscar refugio bajo un tupido soto de castaños. Pero se detuvo al fin el aguacero y pudieron seguir subiendo. Según llegaban arriba sus cabalgaduras, salió el sol entre las nieblas iluminando el mundo y un rutilante doble arco iris cruzó el cielo del uno al otro extremo del horizonte, como si la Vieja Diosa hubiese mandado abrir para ellos las puertas del País Extremo, dándoles la más cordial de las bienvenidas.
Para los griegos, el Arco multicolor señalaba la apertura de las puertas interdimensionales que la mensajera de los dioses, la alada Iris, producía al penetrar en el Inframundo, a fin de llenar una copa con las aguas de la Estigia, la laguna del Infierno, para llevarla a Zeus, ya que sólo bebiendo periódicamente de las aguas del mundo subterráneo de la subsconsciencia arquetípica es posible para los Seres Divinos realizar la alquimia de la renovación de la vida y del mantenimiento de la inmortalidad.
Bajo aquel amplio dintel curvo, etéreo y colorido, una tierra femenina de maravillosos paisajes verdes coronados por altas y desgastadas ondulaciones, rumores de arroyuelos deslizándose hacia los hondos barrancos, espesos bosques en los que no debía faltar la fauna, frescas sombras y cantos de pájaros por doquier, bajo un cielo siempre cambiante, se presentó ante sus sentidos y agudizó al máximo su percepción de la belleza... Para Orfeo, el ambiente estaba lleno de Eurídice, tan próxima y tan lejana al tiempo.
Comenzó a elaborar, como una parte más de su Canción Occidental y alternando la lira con una pequeña flauta que llevaba, un himno a Gal, de aires pastoriles, a fin de propiciar a su favor a los dioses de las Tierras del Fin del Mundo, a los cuales, aunque no había podido averiguar bien como eran, los personificó en el propio paisaje, como sospechaba que pudiesen hacer los Brigmil.

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